GALERÍA



PRESENTACIÓN DE "SERENATA DEL AMOR TRIUNFANTE", DE PEDRO BADANELLI


“Estoy profundamente emocionada de estar en Sanlúcar la ciudad de origen de Pedro Badanelli”. Así comenzó ayer noche  Noël Valis, catedrática de español de la Universidad de Yale,  su presentación de la nueva edición de la novela Serenata del amor triunfante, obra cumbre del sanluqueño Pedro Badanelli. Dicho acto que tuvo lugar en la sede del Círculo de artesanos, contó con la presencia del escritor José Carlos García Rodríguez, artífice de la recuperación  de la  figura del sacerdote sanluqueño con su libro Pedro Badanelli, la sotana de Perón . García Rodríguez expuso ante un nutrido público, entre los que se encontraban miembros de la familia Badanelli,  como la redacción de esta obra le había proporcionado una de las mayores satisfacciones literarias al comprobar la repercusión que había tenido en países como Estados Unidos o Argentina.


De izqda. a dcha: José Carlos García Rodríguez, Noël Valis (Yale University)
y Antonio Román Martel (Círculo de Artesanos)

“Cual no sería mi sorpresa- afirmó José Carlos-cuando hace tres años recibí un correo de la profesora Valis, felicitándome por el libro y dándome a conocer su interés por la recuperación de la obra literaria de Badanelli. García Rodríguez brevemente expuso algunos de los numerosos méritos académicos de la profesora Valis, entre los que destacó su pertenencia a la Academia Norteamericana de la Lengua Española ( ANLE) filial de la Real Academia Española. Así Sanlúcar  contó ayer noche con la presencia de una las personalidades más importantes en Estados Unidos de la cultura hispánica. 




Noël Valis, después de mostrar su emoción por encontrarse en Sanlúcar, aclaró que su acercamiento a la obra de Badanelli nunca hubiera sido posible sin el libro de José Carlos García. Cuando la profesora Valis comenzó su acercamiento que le llevaría a prologar esta nueva edición de Serenata del amor triunfante, le sorprendía cada vez  más como España había olvidado la obra del sacerdote sanluqueño. Me gusta imaginarme- comentó Valis- lo que estaría pensando Badanelli, si hoy se encontrara aquí en la presentación de su libro, en su amada Sanlúcar la cual añoraba desde su exilio americano. En consecuencia, la redición de Serenata del amor triunfante es un primer pasó en la recuperación de la figura de un escritor español de primera línea de profundas contradicciones políticas y personales, pero que siempre reivindicó la libertad  del hombre para expresar sus sentimientos lejos de los prejuicios morales.
José Mª Hermoso (Blog "Sanlúcar Contemporánea", 17 de marzo de 2017)






PRESENTACIÓN DE "MONTPENSIER. BIOGRAFÍA DE UNA OBSESIÓN"


Invitación presentación Sanlúcar de Barrameda

Presentación en el Patio de Columnas del Palacio Orleans-.Borbón de
Sanlúcar de Barrameda. Presenta José María Hermoso Rivero.
(11 de abril de 2015)

Presentación en Sanlúcar. Beatriz de Orleans junto al autor y a José María Hermoso Rivero.


Artículo en la Revista de Historia "CLÍO" (Octubre de 2015, nº 168, pp. 64 a 74) del autor del libro, con
motivo de la publicación de "Montpensier. Biografía de una obsesión".



Presenrtación en Feria del Libro de Jerez de la Frontera. José María
Hermoso Rivero (dcha), junto al autor , José Carlos García (centro) y
David González Romero, editor de Almuzara. (7 de junio de 2015)




Presentación en Feria del Libro de Jerez.
Firma en Feria del Libro de Sevilla (10 de mayo de 2015)


Presentación Casa del Libro de Sevilla, con José María Hermoso Rivero y
David González Romero (18 de junio de 2015)


PREGÓN DE LA FERIA DE LA MANZANILLA 2010
Pronunciado por José Carlos García Rodríguez en Bodegas La Guita de Sanlúcar de Barrameda el 14 de mayo de 2010





"Excelentísima señora Alcaldesa de Sanlúcar, señor Presidente del Ateneo, miembros de la excelentísima corporación municipal, paisanos, paisanas, amigos,…

Debo comenzar por devolverle a mi presentadora, Rosario Pérez-Barbadillo, el mismo afecto y cariño que ella ha volcado en sus palabras. Gracias, querida Rosario. Eres una gran señora que sabes honrar a Sanlúcar con tus dos inmensos apellidos manzanilleros.

Hace unos meses, tras el fallecimiento de mi padre, encontramos entre sus cosas más estimadas el recorte de un artículo periodístico que él conservaba enmarcado. Se trataba de un modestísimo trabajo, con pretensiones literarias, aparecido hace ¡cuarenta años! en las páginas de ABC dedicadas a la Feria de Abril de Sevilla. Su título, “Un vino en la feria: la manzanilla”; su autor, como supongo que habrán podido deducir, quien les habla.

Posiblemente, fuese aquella la primera ocasión en que mi nombre aparecía en un medio de importancia como era el ABC, dirigido en aquellos años por Joaquín Carlos López-Lozano. Por entonces, mi vida se desarrollaba entre El Condado de Huelva donde ejercí durante varios años como director técnico en la Bodega Casa Lazo, de San Juan del Puerto; y Sevilla, donde radicaba la dirección general de aquella desaparecida empresa vinatera de los Borrero Hortal, una familia emparentada, por cierto, con los bodegueros Argüeso de Sanlúcar. Era un tiempo en que la Feria de Sevilla, además de ahogarse en el limitado espacio del Prado de San Sebastián, parecía apartada definitivamente de la manzanilla, uno de sus más fundamentales sustentos desde que esta fiesta fuese instituida a mediados del siglo XIX. Y a ello se refería aquel mi primer artículo en ABC, un alegato a favor de la manzanilla en un momento en que parecían quedar atrás los años en que no se podía entender la feria sevillana sin la generalizada presencia, casi exclusiva, de un vino que no fuese el nuestro.

Señora, he aquí la esencia y el fervor de nuestra fiesta”, había dicho aquel aristócrata de pega, autotitulado Marqués de las Cabriolas, cuando en la feria de abril de 1930 hizo entrar en su famosa caseta, “Er 77”, a la mismísima reina de España, doña Victoria Eugenia, sin desmontar de su caballo, para ofrecerle una caña de manzanilla. Y fue tan solemne aquella invitación, dicen las crónicas de la época, que a la reina hubo de aclarársele que aquellos anfitriones no pertenecían, en absoluto, a la nobleza de más alta alcurnia como doña Victoria Eugenia se había llegado a convencer.

En el momento de escribir el artículo periodístico del que les hablo parecía que la pérdida de aquel fervor por nuestro vino, -que “era el vino de Sevilla y casi Sevilla entera”, nos dejó escrito Cavestany-, empezaba a desvirtuar en gran medida a la más espléndida de las fiestas españolas.

Años después, Manuel Barbadillo me remitía su libro titulado “Otra vez la manzanilla” que dedicaba a su hijo Antonio, inolvidable Toto Barbadillo. “Al distinguido enólogo, escritor y amigo, José Carlos García Rodríguez, con afecto. Manuel Barbadillo, 1975, Mayo 26”, había escrito don Manuel con su magnífica y menuda letra, y con una gran deferencia hacia mi persona, en aquella obra que me enviaba y que era apéndice a su anterior libro “El vino de la alegría”, publicado en 1951. Y pude comprobar con una enorme satisfacción que en la página 62 de aquel libro, dentro del capítulo “La manzanilla según los técnicos”, su ilustre autor había incluido parte de otro artículo mío titulado “La manzanilla de Sanlúcar”, publicado también en el ABC sevillano, con fecha 17 de junio de 1972.

Pero no terminarían aquí las íntimas e impagables satisfacciones que me reportarían mis escritos sobre la manzanilla. No hace muchos años, en 2003, con motivo de la celebración del “Día de la Manzanilla”, el jurado del “Premio de Periodismo Juan Manuel Barba Mora”, tuvo a bien otorgar su galardón de exaltación de nuestro vino a otro artículo de mi autoría, éste publicado en Diario de Cádiz y que llevaba por título “La manzanilla y sus credenciales”.

Así es que, cuando me cupo el altísimo honor de crear la actual bandera de nuestra ciudad no pude olvidarme de la manzanilla a la que debo, además del cotidiano disfrute de su bebida, que no es poco, las ya comentadas satisfacciones literarias. Y, por ello, y por obvias y fundamentadas razones vexilológicas, que es así como se denomina a todo lo relacionado con las banderas, consideré obligado incluir el color oro de nuestro vino en las franjas inferiores de este pabellón para que proclamase, en su ondear al soplo de los cuatro vientos, lo que mejor define nuestra personalidad como pueblo: la manzanilla.

Aún siendo consciente de la excepcional nómina conformada por cuantos me han antecedido en esta tribuna, accedí gustoso, honrado y sumamente agradecido, cuando don Manuel Reyes, presidente del Ateneo de Sanlúcar, me invitó a dar este pregón. Él consideró que era persona adecuada para tan alto menester y yo, aún conociendo mis enormes limitaciones, acepté este gran regalo que se me hacía, recordando en mi fuero interno aquello de que doctores tiene la iglesia. Y aunque dice el refranero que “el vino que es bueno no ha de menester pregonero”, me encuentro ante ustedes, paradójicamente, para pregonar al vino más civilizado del mundo en esta antesala de su fiesta más señalada.


Mis primeros recuerdos de infancia son recuerdos de vendimia. Vivíamos en la hermosa casona de la llamada huerta de Mergelina, hoy felizmente remozada por la familia Salgado que ha sabido protegerla de la voraz y desconsiderada piqueta que tantísimo ha empobrecido nuestro patrimonio urbanístico en los últimos años.

Aquella casa, frente al desaparecido lagar de Bozzano, se presentaba como la mejor atalaya desde la que un niño pudiese contemplar el ancestral rito de unas vendimias que anunciaban el otoñaje, “en unos tiempos en que Sanlúcar entera -como dijera Eduardo Domínguez Lobato-, olía a vendimia, con la piel impregnada por el aroma del mosto naciente, por el tufillo azucarado y pegadizo de la uva recién cortada”. Y esos son mis primeros recuerdos de una Sanlúcar que en la lejanía rememoro como un cielo que perdimos.

Cartel de la Feria de la Manzanilla 2010, original
de la pintora alemana Uta Geub.
Recuerdos de olores a orujo fresco; de borriquillos en la paciente espera de ser aliviados de sus cargas a las puertas del lagar; de extraños recueros con pantalones de pana, con sus fajas negras, pringosos tocados y varas de acebuche que, puntualmente, año tras año, bajaban de la serranía. Recuerdos de cuadrillas de lagar entrelazadas por los hombros en una danza musicada por el ritmo de sus pisadas; recuerdos de supremos esfuerzos y jadeos en aquellas últimas prensadas manuales. Recuerdos, en fin, de unas vendimias repletas de escenas de una enorme expresividad que eran forjadas con un sudor que la posterior mecanización, si bien de menor belleza plástica, haría, por fortuna, más llevadero.

Con el paso del tiempo, conocería que el cultivo de nuestras vides, regido por unos preceptos centenarios, no era ni más ni menos que la sublime perfección viticultora, el más precioso monumento que ha dado la agricultura española. Alomado, recogida, repaso, desbragá, deserpía, marqueo, desmamonado, alumbra, cavabién, golpe lleno, destaluzado,… y así, hasta más de dos docenas, eran los trabajos de la sabia viticultura artesanal sanluqueña que acondicionaba las tierras de nuestros viñedos.

Y estaban las primorosas y fundamentales faenas de poda, -“es mejor podar que arar”, reza el dicho en esta tierra-; una poda perfeccionada con las posteriores castra y recastra, que preparaban las cepas para la consecución de las cosechas en las mejores condiciones posibles.

Y también estaba, claro está, el misterio umbroso, sosegado y solemne de las bodegas, perfumando por ventanas y celosías el ambiente de las plácidas calles sanluqueñas, entonces todavía liberadas de la nueva invasión arquitectónica. Eran calles de bodegas, bodegas y más bodegas en una Sanlúcar de viñistas, viñadores, vendimiadores, mayetos, corredores, arrumbadores, trasegadores, toneleros, capataces,… que sabían moverse entre las vides y los vinos con el mimo y el tacto que requieren las cosas que se aman.

Gentes de la tierra de una Sanlúcar impregnada por el motivo de la trascendencia de la vid y el vino, que se deja entrever por todos los resquicios de su cultura. Tierra de unas gentes que hace ya mucho tiempo hicieron suya la sabia filosofía versificada de Gonzalo de Berceo:

El vino significa a Dios nuestro Señor,
la agua significa al pueblo pecador.


De siempre fuimos los sanluqueños viticultores y bodegueros. Y, de siempre, bebimos los sanluqueños nuestros vinos, porque ¿quién planta una viña y no come de su fruto?, escribía Pablo de Tarso a los Corintios.

En alguno de nuestros pagos más cercanos estuvieron, sin duda alguna, los famosos viñedos y la bodega de Marco, donde su sobrino, el gran agrónomo Juno Moderato Columela, aprendiera los secretos de la ampelografía y la vinificación. En ella se elaboraban unos vinos que serían cantados por Estrabón, por Silvio Itálico, por Marcial, por Pomponio Mela, y hasta por Cayo Plinio Cecilio Segundo, quien nos dejara escrito su rotundo “In vino veritas”. Todos ellos, sin posibilidad de ser recatados ante la evidencia dirían de aquellos vinos que eran los que gozaban de mayor aprecio y celebridad en las mesas romanas.

Continuamos cultivando vides y elaborando vinos tras la caída del Imperio; y seguimos siendo viticultores, bodegueros y bebedores de vino en los momentos en que los coranes del Islám dejaban de estar airados y permitían el gusto por tolerar al vecino.

Con el tiempo, nos fuimos especializando en unos vinos que, cada vez más, irían reflejando con mayor nitidez la personalidad de lo sanluqueño. Creamos un vino que fue definido por la gran lexicógrafa María Moliner como “vino tinto de Sanlúcar de Barrameda”, según consta en la entrada 16.403 de su acreditadísimo “Diccionario del uso del Español”. Aquel vino era nuestro genuino carlón, nombre que luego, por aquello de la cercanía fonética con Benicarló, nos usurparían los bodegueros de Levante, quienes lo erigieron en el último símbolo del monopolio vinatero de España sobre sus colonias de las Indias.

Elaboramos vinos de viso; elaboramos tintillas y aloques; moscateles y Pedro Ximénez,…; y hasta un extraordinario malvasía, cuyo nombre llegaría a incorporarse en las armas concedidas al Consulado de la ciudad de Sanlúcar de Barrameda y su provincia al ser, por entonces, al parecer, nuestro vino más representativo y exportado.


Pero,… ¿en qué momento de nuestra brillantísima historia bodeguera, aparece la manzanilla?

Dicen que la manzanilla surgió de una forma casual, casi como un prodigio, al comprobarse que el vino contenido en vasijas enrestadas, al permanecer en contacto con el aire y al ser refrescado con nuevos vinos, se cubría con una extraña y permanente capa blanquecina –la flor-, que le aportaba unas especialísimas características organolépticas.

Y así debió ser.

Pero, aun sin negar la casualidad del origen de nuestro vino que adopta el nombre de manzanilla por las razones que fuesen, hemos de admitir que su nacimiento se produce en el momento exacto, con la justedad de lo oportuno, como reivindicando el optimismo y la sonrisa ante tanta ruindad política, catástrofes nacionales y desesperaciones como fuimos castigados en la turbulenta transición del siglo XVIII al XIX.

Toto Barbadillo dejó escrito que “si la manzanilla, enológicamente, necesita de libertad para su crianza, para respirar y para desarrollarse, comercialmente le sucede igual”. Así que es lógico que fuese Cádiz, cuando por allí se intuían ciertos aires de libertad, el lugar donde con más entusiasmo se acoge el milagro manzanillero.

Escribía Galdós en sus Episodios Nacionales: “Vas a Cádiz, la causa de nuestras libertades, como decís los patriotas, y allí vivirás como un príncipe, y harás conquistas y beberás la rica manzanilla”. Y en aquel ambiente gaditano de esperanza libertadora, el nuevo vino sanluqueño sería la inexcusable compañía de los diputados doceañistas. Entre cañas de manzanilla, aquellos diputados, tan asiduos de La Privadilla y del Ventorrillo de Quijano, irían pergeñando el articulado de la primera de nuestras constituciones. Y, por cierto, que La Pepa, que proclamaba que los españoles, hasta entonces súbditos, pasaban a ser por vez primera ciudadanos de pleno derecho, no pudo ser redactada con mayor lucidez.

Cosas, sin duda, de la manzanilla.

Avanzado el siglo XIX, la obligada permanencia de la flor que precisa la manzanilla para su maduración, conduce a la creación y perfeccionamiento del sistema de escalas. Y ya con su nombre propio que la identifica como un vino de Sanlúcar, distinto al del resto de sus compañeros de zona, la manzanilla se populariza.

Con la Feria de Mairena del Alcor, la más antigua de Andalucía, la manzanilla es el aval que cierra el trato entre ganaderos, como dijera Serafín Estébanez Calderón. Y Gustavo Adolfo Bécquer habla de la Feria de Sevilla, “donde se bebe la manzanilla en cañas y se venden pescadillas de Cádiz y se fríen buñuelos”. Así inicia la manzanilla su feriada andadura por un siglo XIX que cimentará su fama con la ayuda de nuestras mejores plumas. Y es que, como dijera Pemán, “todo vino se bebe mejor si se bebe con literatura”.

Son tiempos en que las bodegas sanluqueñas embarcan las partidas de nuestro vino desde el puerto de Bonanza con destino a Asturias, a Barcelona, a Santander,… De envíos de manzanilla a las sierras de Cádiz y Ronda a través de los servicios de los Despachos Centrales, y de masivas facturaciones por ferrocarril desde nuestras desaparecidas estaciones de Sanlúcar-Pueblo y Sanlúcar-Playa; su destino: Madrid, Huelva, el Aljarafe sevillano, el Campo de Gibraltar, … Y a Sevilla va nuestro vino por el río, dos veces por semana, en el vaporcito Río-Mar, multiplicando su frecuencia en vísperas de Semana Santa y Feria con cargas exclusivas de manzanilla.

Eran tiempos en que la manzanilla, que se pasea victoriosa por las ferias nacionales e internacionales acaparando grandes premios, se erige en “símbolo unitario de los vinos andaluces”, como dijera Caballero Bonald. Es entonces la manzanilla el vino de moda que anima las fiestas, los homenajes, las juergas de altura y los brindis de postín.

¡Brindemos!,
dice Sebastián, un personaje de la zarzuela de Fernández Shaw titulada “El sol de Andalucía”, elevando al cielo su copa de champán.

Y le contesta Manolo, otro personaje de esta obra:

¡No, Sebastián¡
a mí me ofende y me humilla
que brindemos con champán.
¡Si nuestros labios están
pidiéndonos manzanilla!


Sebastián le responde:
¡Es lo mismo!
A lo que Manolo contesta:
No es lo mismo,
Sebastián; y ese es el mal:
¿cómo va sernos igual
un sorbo de extranjerismo
que de un vino nacional?
Si la manzanilla fuera
bebida inferior, no habría
quien en su favor saliera;
pero, ¡si está en su solera
lo mejor de Andalucía!
Cuando la hueles es flor;
cuando la gustas es miel;
cuando la tragas picor,
y siempre, ¡siempre! un calor
que te electriza la piel.

Sebastián, convencido con las palabras de su amigo, cañera en mano, dice:

No hablemos más: ¡a brindar
con manzanilla!


Y responde Manolo:
¡Bien dicho!;
pero conviene sentar
que no es cuestión de capricho
¡que es cuestión de paladar!


El gran maestro Joaquín Turina, quien tenía el exquisito gusto, además de sanísima costumbre, de celebrar con nuestro vino los momentos más señalados de su vida, homenajea a los bebedores de manzanilla en una de sus composiciones y hasta llega a musicar el momento supremo de su disfrute en su obra para piano “La hora de la manzanilla”.

Un brindis después del pregón. De izquierda a derecha: Jorge Pascual, presidente del Consejo Regulador "Jerez,Xeres-Sherry" y "Manzanilla-Sanlúcar de Barrameda"; Manuel Reyes, presidente del Ateneo de Sanlúcar, organizador del acto; Rosario Pérez Barbadillo, presentadora del pregonero; José Carlos García Rodríguez, pregonero; Irene García Macías, alcaldesa de Sanlúcar; José Antonio del Cuvillo, representante de La Guita, la bodega anfitriona del acto, y sr. Villegas, concejal de Fiestas de Sanlúcar.

Pero -¡ay!-, pronto se desvanecen aquellas glorias manzanilleras.

Entre pitos, flautas, desidias, tópicos denigrantes y sambenitos interesados, la manzanilla, incapaz de soportar tan injustos desprecios y tan miserables descalificaciones, casi se nos queda en un vino testimonial. Hasta tal punto llega la debacle, que parece que de la manzanilla tan sólo se acuerden sus más leales e insobornables adeptos y algunos poetas que, a pesar de todo, continuarán cantándola al calor de una rima facilona y tópica. Para colmo, hasta se despegaron de nuestro vino, salvo contadísimas excepciones, los más acreditados establecimientos de Sevilla en los que la manzanilla había sido el vino de la casa que de siempre se había servido al menos que, de forma expresa, el cliente indicase lo contrario.

Recuerdo la dificultad de invitar a manzanilla en el Madrid de finales de los sesenta. Aunque podíamos contar con el desaparecido “El Tabanco” de la calle Echegaray, donde tenían el prurito de servirla en caña, al pedir manzanilla en otros establecimientos estábamos expuestos a que nos sirvieran la consabida infusión o una imbebible botella de nuestro vino que permanecía desahuciada en un rincón del almacén. Y hasta, ¡pásmense!, en más de una ocasión, nuestra demanda de manzanilla intentó ser satisfecha, por aquello de la manzana, con el ofrecimiento de una botella de “El Gaitero”, para rechifla de acompañantes y vergüenza de quien os habla.
Pero la manzanilla, en su paciente penumbra de las bodegas sanluqueñas, espera el momento propicio para proclamar, de nuevo, su verdad y sus razones.


Cuando, hace algo más de treinta años, la veleta parecía señalar nuevas esperanzas políticas, la manzanilla –otra vez la acertada convicción de Toto Barbadillo-, parece dar muestras de resurgimiento. Y aparece el medio tapón; una manzanilla embotellada sin el lujo de las primeras marcas, pero con el prestigio de su carta de presentación de siempre.

Ofreciéndose en unas condiciones comerciales de excepción, con una modestísima publicidad de apoyo y con el convencimiento de que se ofrece lo mejor, lo más singular entre sus elaboraciones, algunas bodegas de Sanlúcar comienzan a dar a conocer la buena nueva por pueblos y ciudades. Con enormes esfuerzos y un renovado “venid y comprad mi vino, que es paz y dulzura”, de la lejana teología mística, se van deshaciendo tópicos y se desbroza el camino para que la manzanilla recupere el lugar perdido con tan malas artes. Y hasta se institucionaliza en su honor, quizás en desagravio por tantas incomprensiones, olvidos y desvaríos, la Feria de la Manzanilla, hoy máxima expresión del calendario festivo sanluqueño en la que la presencia activa de nuestro vino ejerce como catalizador social para mostrar la forma de vida de todo un pueblo.

Y, -no podía ser de otro modo-, se produce, de nuevo, el milagro.

La Feria de Sevilla, donde siempre hemos tomado el pulso a la aceptación de la manzanilla, nos empezaba a ofrecer datos optimistas. En el nuevo Real de Los Remedios, la manzanilla, que apenas llega a representar un pobrísimo 10 por ciento de los vinos consumidos durante le Feria de 1973, sube al 20, al 25, al 30, al 35, al 40, al 45, al 50, al 60 al 70 por ciento…. en las sucesivas ediciones de la gran fiesta sevillana que, por fin, -pelillos a la mar-, parecía entonar el mea culpa para congraciarse con nuestro vino y reemprender con él la senda de sus orígenes y lo mejor de su tradición. Es tal el éxito del camino emprendido que, con fecha 22 de abril de 1991, ABC de Sevilla, al comentar la disminución de las intoxicaciones etílicas en la feria de aquel año, decía que era debido “a la paulatina sustitución del fino por la manzanilla como bebida oficial de la feria”.

Hoy, la manzanilla, renovada, sí, pero con las credenciales de siempre que le son aportadas por el suelo, el clima, las labores viticultoras y sus modos de elaboración y crianza, goza de la más alta estima entre la crítica especializada, recibiendo los mayores honores en las más solventes catas nacionales e internacionales de vinos generosos.

Hoy, la manzanilla es el vino que nos sugieren en los más grandes santuarios gastronómicos antes de iniciar la comida. Y los más prestigiosos chefs de todo el mundo flirtean con la manzanilla, sentándola a la mesa, para ofrecernos armonizaciones o maridajes de ensueño. Hoy, la manzanilla, por propio derecho, goza de la generalizada consideración de arquetipo universal en vinos para situarse en lo más alto de la enología mundial; junto a otros contadísimos y escogidos vinos que, como ella, son capaces de reconciliarnos con la condición humana y de hacernos confiar en la civilización y en lo más notable de su progreso.

Y a esta manzanilla, hoy triunfante; folclórica como siempre; pero universalizada, nos disponemos los sanluqueños, un año más, a rendirle homenaje en la Feria a la que ella da nombre, erigida ya en singular hitos en los itinerarios festivos de Andalucía. Singular por su ubicación, junto a ese cargamento de historia que nos traen las aguas de nuestro gran río y el fondo de esa explosión de la naturaleza que es Doñana. Singular por su medidas, tan justas, tan acordes a la dimensión humana, que hacen de nuestro Real un excepcional salón en el que la gran familia sanluqueña acoge a invitados y visitantes para compartir con ellos la autenticidad de nuestra forma de ser, de sentir, de vivir,… Y singular por ese derroche de singularidades que convergen en nuestro vino, el gran anfitrión y la razón de ser de esta magna celebración.

Con la firme convicción de lo que es y significa la manzanilla, un convencimiento que debería permanecer entre nosotros para siempre, os invito a ennoblecernos en nuestra feria al modo de aquella corte de bebedores de la sevillana caseta “Er 77”. Y a que aristocraticemos a nuestros visitantes e invitados brindado con ellos con la esencia y el fervor de nuestra gran fiesta, ¡con nuestra manzanilla! que es el compendio de todas las herencias que nos han hecho ser como somos.

Para concluir, permítanme este primer brindis en las vísperas de nuestra feria:

Por ti, Sanlúcar, blanca y marinera,
levanto el sol de gozo en vidrio preso,
arrullado por brisa salinera.
Por ti, Arcadia en la Bética ribera,
alzo al cielo mi caña, que es un beso
de la sangre bendita de esta vera.

Dignísimas autoridades, señoras, señores, amigos,…

¡Que tengan una muy feliz Feria de la Manzanilla!


He dicho."





PRESENTACIÓN DEL LIBRO "LA COCINA SANLUQUEÑA"  
Sede del Consejo Regulador "Jerez-Xeres-Sherry", Jerez de la Frontera, 23-3-2010


Mesa presidencial del acto: José Luis Martínez, director de Comunicación de
Bosque de Palabras, Antonio Reyes, concejal de Turismo de Sanlúcar de
Barrameda; Jorge Pascual, presidente del Consejo Regulador "Jerez-Xeres-Sherry";
José Carlos García y Fernando Hermoso de "Casa Bigote".


     El libro La cocina sanluqueña. Sus fundamentos y sus mejores recetas, editado por el sello editorial Bosque de Palabras, de Signatura Ediciones, fue presentado el pasado martes, 23 de marzo, en la sede del Consejo Regulador de los Vinos de Jerez durante un acto presidido por su presidente, Jorge Pascual, y en el que intervinieron José Luis Martínez, director de Comunicación de la editorial sevillana; Antonio Reyes, concejal del Ayuntamiento de Sanlúcar; Fernando Hermoso, propietario del afamado restaurante sanluqueño Casa Bigote y el autor del libro, José Carlos García Rodríguez.  

De izqda. a dcha.: Antonio Real Granado, de Hoteles Hace; José Carlos
García Rodríguez, autor del libro; Gonzalo Galera, director del hotel
Sherry Park, y Pascual Castilla, presidente de Mandos Intermedios de Turismo
y Hostelería de Cádiz.
     Durante las diversas intervenciones, se puso de manifiesto la oportunidad de la publicación del libro, presentado en un momento en el que el desarrollo de las Rutas del Vino y el Brandy del Marco de Jerez empieza a dinamizar las potencialidades del turismo enológico o enoturismo en la zona y en las que el apartado gastronómico es un elemento fundamental.

  El libro, en opinión de su autor, ofrece datos y claves suficientes que pueden ayudar al conocimiento de la cocina sanluqueña, partícipe de una de las cocinas tradicionales más interesantes de Europa y que, además, se encuentra tan íntimamente relacionada con la genuina manzanilla en su doble vertiente, tanto por ser un vino indisociable en el acompañamiento de los platos sanluqueños como por mostrarse como ingrediente de lujo en sus elaboraciones para conformar "la cocina de la manzanilla".

     El libro, que ofrece un breve recorrido por los antecedentes culinarios de la desembocadura del Guadalquivir y hace referencias a la excepcional despensa marinera y agrícola de Sanlúcar, incluye 65 recetas entre las que destacan los genuinos platos marineros de mayor tradición de esta ciudad gaditana, ofreciendo un completo panorama culinario de la ciudad. Igualmente se dedican capítulos específicos a la manzanilla y a todo su fascinante mundo y al arraigado rito del tapeo que, en Sanlúcar, adquiere características muy diferenciadas.

El autor con Fernando Hermoso de "Casa Bigote"
     Entre el numeroso público asistente a este acto de presentación del libro “La cocina sanluqueña” que llenaba la Bodega San Ginés de la sede del Consejo Regulador, se encontraban el teniente de alcalde de Sanlúcar Juan Marín; los bodegueros Enrique Pérez Barbadillo y Rafael Osborne; los hosteleros María Moreno y José Antonio Roldan, de Arcos; el chef del restaurante Isla de León de Cádiz, Javier Bocanegra; el presidente de la Asociación Provincial de Mandos Intermedios de Cádiz, Pascual Castilla; Rafael Lazareno del sanluqueño Mirador de Doñana; Gonzalo Galera, director del hotel Sherry Park; Antonio Real, director de la cadena hotelera Hace; Cristóbal Santana, director del hotel Real de Beas de Arcos; el doctor en Economía de la UCA Antonio Arcas de los Reyes; el periodista Juan Félix Bellido y Eloy Flores Senso, director de la empresa aeronáutica Infasur, entre otros muchos asistentes.

        A la finalización del acto el Consejo Regulador de las denominaciones de Origen "Jerez-Xeres-Sherry" y "Manzanilla-Sanlúcar de Barrameda" ofreció unas copas a los asistentes a la presentación del libro de José Carlos García Rodríguez.


Un aspecto de la sala durante la presentación del libro







PRESENTACIÓN DEL LIBRO "TURINA Y SANLÚCAR DE BARRAMEDA"
Palacio de los Infantes de Orleans-Borbón, Sanlúcar de Barrameda