CONFERENCIA "JEREZ Y SANLÚCAR: UNA HISTORIA COMPARTIDA"

(Consejo Regulador de los Vinos de Jerez - Fiestas de la Vendimia de Jerez - 10 de septiembre de 2019)




En primer lugar quisiera agradecer la invitación del Consejo Regulador para  participar en este acto inscrito dentro del programa de las Fiestas de la Vendimia  dedicadas en su presente edición a Sanlúcar.
Mi primera reacción ante la invitación que tan amablemente se me hizo en su día para dar esta charla, fue de perplejidad y de duda ya que estaba convencido de que no era yo, precisamente, la persona más idónea para intervenir  en esta importante actividad eno-cultural dedicada a los vinos sanluqueños.
Pero he aquí que se me consideró como persona adecuada para tal menester. Así es que mis dudas dejaron paso a la gratitud a quienes me habían señalado. En mi fuero interno recordé aquello de que doctores tiene la Iglesia y consideré que no debía declinar la deferencia y el alto honor que se me brindaban para poder presentarme en esta tribuna, ante ustedes, en la tarde-noche de hoy.
Hemos titulado esta actuación “Jerez y Sanlúcar: una historia compartida”. A primera vista, un título que encierra una verdad tan evidente, tan incuestionable, que algunos podrían considerarlo casi una perogrullada.
A nadie se le escapa que Jerez y Sanlúcar han estado unidas, íntimamente ligadas a lo largo de una historia entretejida por intereses de todo tipo, resaltando entre ellos los culturales -el caballo, el flamenco, las tradiciones...- que con los aportes particulares y diferenciadores de cada una de las dos ciudades han fijado y engrandecido la personalidad de este rincón de la baja Andalucía, difuminando las lindes localistas hasta prácticamente hacerlas desaparecer.
Sobre todas estas facetas que nos definen, la relacionada con el mundo del vino, a veces con discrepancias y a menudo con desencuentros que deben dilucidarse en los foros correspondientes, es la faceta que con mayor determinación hace reconocible internacionalmente el carácter de este lugar que se dió en llamar Marco de Jerez.
Hablar de la historia compartida entre Jerez y Sanlúcar daría para todo un curso. Como bien comprenderán es un tema inalcanzable para una exposición limitada a menos de una hora como se me ha confiado.
Pero una vez aceptado el compromiso y aún reconociendo mis limitaciones, que no son pocas, no nos queda otra que pasar a exponerles mis reflexiones personales sobre el tema que nos ha convocado. 
De izqda. a dcha.: José Carlos García, Beltrán Domecq y Jorge Pascual.
Hace bastantes años, a finales del verano de 1986, en uno de los cursos organizados en Sanlúcar por la sede sevillana de la Universidad Internacional Menéndez Pelayo, se desarrolló una mesa redonda titulada  La memoria del pasado: recuerdos familiares de los orígenes de las familias bodegueras de la Bahía de Cádiz; una mesa programada dentro del curso que se tituló El mundo de las bodegas, un curso memorable  tanto por lo completo e interesante de su contenido como por la calidad de sus participantes.  

A aquella mesa redonda convocada en la bodega de La Pastora y moderada por Pedro Romero de Solís, por entonces director de la UIMP en Sevilla, asistieron ocho invitados. A saber: Enrique Osborne Mcpherson, José Ignacio Domecq González, Dagmar Williams de Mora Figueroa, Nicolás Terry, Francisco Florido, Manuel Argüeso Hortal, Mauricio González-Gordon y Díez y  Toto Barbadillo.  

No crean que mi memoria es un prodigio capaz de mantener vivos, después de tanto tiempo, los recuerdos de aquel sonado encuentro de tan grandes personalidades del Marco de Jerez. El secreto es que hice el seguimiento  de aquel curso de verano como periodista y sigo conservando las notas manuscritas sobre tan señalado evento. 

Aquella reunión de veteranos bodegueros daba para mucho; y muchas y jugosas fueron las anécdotas y los recuerdos que se fueron desgranando. En un momento determinado, Toto Barbadillo, más que abrumado, casi molesto por las repetidas referencias a los linajes extranjeros y de gran abolengo de los bodegueros jerezanos y portuenses, frente a las más modestas ascendencias montañesas y castellanas de los sanluqueños, como era su caso, recordó a sus contertulios que en  uno de los lugares más destacados del protagonismo en la aventura de las bodegas y los vinos de Jerez, además de a ingleses, franceses e irlandeses, había que colocar los nombres de dos sanluqueños: Manuel María González Ángel y  Juan Bautista Dubosc López de Haro. 

Pero no se conformó  Toto Barbadillo con decir esto sino que añadió que sus antepasados burgaleses de Covarrubias habían luchado nada menos que junto al Cid y que hasta era  posible que él fuera pariente de Felipe II. Y ahí quedó eso.

De inmediato, Mauricio González-Gordón, biznieto de Manuel María González Ángel, uno de los dos sanluqueños citados por Barbadillo, en  una intervención  lucida, serena y muy bien narrada como era costumbre en él, precisó nada más comenzar a hablar que González Byass no era ningún apellido, sino la unión de dos familias no emparentadas que llevaban seis generaciones juntas. Y, naturalmente,  se refirió a su tatarabuelo José Antonio González y Rodríguez, un antiguo guardia de Corps que llegó a Sanlúcar en 1783 como visitador  general de las rentas de Salinas del Reino de Sevilla.
El antepasado de don Mauricio contrajo matrimonio en Sanlúcar con Rosario Ángel Moreno de la Peña con quien tuvo siete hijos. Manuel María González Ángel, nacido el mismo año de la proclamación de La Pepa en la casa que la familia poseía en el sanluqueño Carril de los Ángeles, era el quinto entre los hijos habidos en aquel matrimonio. 
Mauricio González-Gordon continuó relatando la vida de su bisabuelo y recordó que en cierta ocasión la madre de Manuel María había logrado evitar la ruina total de su hijo quien había invertido todo su dinero y hasta el límite de su crédito en financiar un cargamento de patatas que trajo por mar desde Huelva. Cerca de Cádiz sobrevino el desastre al hundirse el barco que transportaba la mercancía y, con él, todo el capital y el crédito del joven Manuel María.
Enterada de la tragedia, doña Rosario Ángel Moreno de la Peña, mujer animosa y de recursos, pidió inmediatamente un barreño con agua de mar y algunas patatas. Comprobado que las patatas podían flotar en el agua salada, pocas horas después un pesquero contratado urgentemente por la familia pudo  recuperar con sus redes hasta tres cuartas partes  del cargamento naufragado.
A lo que vamos.
En 1835, estando empleado en Cádiz en la oficina de la sociedad comercial Lasanta y Compañía, Manuel María es testigo del permanente trasiego de mercancías bodegueras en el puerto gaditano. Intuyendo  que el por entonces boyante negocio del vino podría ser un buen cauce por el que conducir su vida, se asocia con un amigo de la infancia, Juan Bautista Dubosc López de Haro, el otro personaje citado por Toto Barbadillo, hijo de un catalán de origen francés y de una sanluqueña. 

Instalados en una pequeña bodega en la calle de Doña Blanca de Jerez, Dubosc, quien dominaba varios idiomas, se traslada a Londres con la misión de atender el negocio vinatero en aquel mercado, el más importante del mundo, entonces como ahora, para los vinos de Jerez.
De todos es conocida la meteórica y brillantísima trayectoria de esta empresa bodeguera, nacida como González & Dubosc y que pasaría a llamarse González Byass tras asociarse don Manuel María con su agente en Inglaterra, Robert Blake Byass.
Manuel María, poco ducho en sus inicios en los asuntos de bodega, siempre contó con la ayuda y el asesoramiento de su tío materno José María Ángel y Vargas, el tío Pepe, quien inculca a su sobrino el gusto por los vinos pálidos, muy secos, ligeros y frescos, el vino que Vargas solía beber en Sanlúcar, de características muy diferentes a los  vinos para la exportación que eran, preferiblemente, olorosos abocados.
Estos vinos sanluqueños que tanto gustaban a José María Ángel y Vargas eran los que empezaban a comercializarse con el nombre de manzanilla, unos vinos madurados biológicamente bajo velo de flor, el sistema de crianza que según muchos indicios fue una aportación de Sanlúcar al Marco de Jerez para dotarlo de una de sus peculiaridades enológicas más características.
A la postre, los gustos y las recomendaciones del tío sanluqueño de don Manuel María, darían lugar a la marca “Tío Pepe”, registrada en 1888 para dar nombre al vino fino que estaba llamado a erigirse, años después, en  el más famoso e internacional vino de su tipo.
Mauricio González-Gordon, quinto titular de un marquesado de nombre tan evocadoramente sanluqueño como Bonanza, fue persona que hizo historia al desempeñar un papel clave en la salvación del horizonte más definitorio de Sanlúcar -nuestra otra banda-, contribuyendo de forma decisiva a la creación del Parque Nacional de Doñana que precisamente este año cumple su cincuentenario. Una historia de la que sabe mucho nuestro Javier Hidalgo de Argüeso, bodeguero ilustrado, biólogo y conservacionista cabal como don Mauricio.
Ya a finales del siglo XIX  el abuelo de don Mauricio, Pedro Nolasco González de Soto, uno de los nueve hijos de Manuel María González Ángel, era asiduo del coto de Doñana del que había adquirido los derechos de caza junto a los naturalistas británicos Abel Chapman y Walter John Buck,  fascinados los tres por el mítico enclave natural.

Don Pedro Nolasco, viajero, políglota y buen deportista, fue un personaje fundamental en el desarrollo del hipismo en Jerez y en toda la baja Andalucía. Junto a Guillermo Garvey y Capdepón, Ricardo H. Davies, José de Bertemati y Troncoso y Julio González Hontoria funda en 1868 el Jockey Club, una sociedad en la que se agruparon las más importantes cuadras de Jerez y que habría de encargarse de dotar a las carreras de caballos que se daban en el Hipódromo de Caulina de los preceptivos reglamentos. Años más tarde don Pedro Nolasco lideraría la constitución  de una nueva sociedad hípica, la Sociedad de Carreras de Caballos Montados por Caballeros, de carácter más abierto que la anterior.
 Pero no solamente fueron del interés de nuestro personaje los deportes relacionados con el caballo; unos deportes hípicos que él mismo practicó durante muchos años de su larga vida. También se le debe la introducción del tenis en España y se afirma que fue la primera persona que circuló por Jerez montando un velocípedo con el que llegó a realizar algunas excursiones a Sanlúcar. 

Gran aficionado a la cacería, Pedro Nolasco González de Soto trajo a su tierra la modalidad del Tiro de Pichón, un deporte que se aclimató muy pronto a Jerez, a Sanlúcar y al Puerto y que en ocasiones llegaría a practicar en compañía del rey Alfonso XIII quien, muy dado a beneficiar con títulos a aquellos que le procuraban este tipo de entretenimientos, le concedió en 1919 el marquesado de Torresoto de Briviesca.
En tiempos de Pedro Nolasco, González Byass, que de siempre mantuvo firmes vínculos comerciales y de amistad con la bodega sanluqueña de doña Leona de Mergelina, Viuda de Manjón, adquiere a la hija y heredera de ésta, Regla Manjón, gran parte de su negocio, incluyendo algunas de sus marcas de manzanilla,  entre ellas Leona y Cañaveral;  y La Arboledilla, la gran bodega sanluqueña asimilable a un San Pedro del Vaticano entre las grandes catedrales del Marco y que hoy acoge a buena parte de las criaderas de la Solear de Barbadillo. Más tarde, Pedro Nolasco crea la marca de manzanilla El Rocío  cuya etiqueta, diseñada por el pintor expresionista jerezano Carlos González Ragel, rompería con la clásica línea que venían manteniendo las etiquetas manzanilleras.

Don Pedro había conocido en Inglaterra el juego del polo y fue tan grata la impresión que le causó aquel deporte, que a su regreso a Jerez fundó una sociedad para promocionar su práctica, logrando que en 1870 se celebrase en España el primer partido de esta disciplina hípica que desde entonces no ha dejado de practicarse en la provincia de Cádiz a un altísimo nivel. A aquel Xerez Polo Club fundado por Pedro Nolasco pertenecían personalidades tan relevantes del mundo bodeguero jerezano como sus sobrinos Luis y Manuel de Ysasi, Patricio Garvey, Carl y Alexander Williams, Kenneth MacKenzie o Ricardo González Gordon quienes a sus grandes logros con el vino unían sus triunfos como criadores de caballos y como brillantes jinetes. Y, naturalmente, los programas de carreras en la playa de Sanlúcar, a las que volveremos más adelante, era una cita ineludible para aquellos bodegueros que mostraban una gran pasión por la hípica. 

Sería imperdonable abandonar a la familia González sin citar a otro de sus miembros, Julio González Hontoria, primo hermano de Pedro Nolasco, un sanluqueño cuya relación con Jerez llegó hasta el punto de ocupar la alcaldía de la ciudad, como sabéis, hasta en cuatro ocasiones.
Don Julio, nacido en 1843 en la calle de San Jorge de Sanlúcar, era hijo de Antonio González Ángel, un médico de profesión hermano de don Manuel María, el fundador de González Byass. Muy joven llega a Jerez donde, tras realizar con gran brillantez los estudios de bachillerato pasa a cumplir tareas contables en la bodega. Después, una vez que se hubo manifestado la inteligencia y el carácter de su sobrino, don Manuel María se ocuparía de que Julio lograse una altísima formación empresarial en París y Londres. 
Pero al regresar a Jerez, los intereses  del sobrino de don Manuel María parecieron decantarse más por el compromiso político que por la actividad empresarial. Pronto, González Hontoria se adhiere al proceso antiborbónico que habría de estallar en septiembre de 1868 con el triunfo de La Gloriosa, pasando a formar parte de la constituida Junta Revolucionaria por el Partido Republicano en el que habría de permanecer hasta 1893 en que pasaría a las filas liberales de Sagasta.


Aunque llamado en repetidas ocasiones por los ministros de turno para ocupar cargos de mayor responsabilidad política, don Julio declina aceptar una y otra vez cuantos ofrecimientos se le hacen y prefiere mantenerse siempre al servicio de Jerez y de los jerezanos desde el mismo momento en que fue elegido concejal en 1901. En 1903 sería nombrado alcalde de la ciudad y repetiría en diferentes legislaturas, hasta 1919,  completando  hasta 12 años como primera autoridad municipal de Jerez.
Hoy, sendos monumentos en Jerez perpetúan la memoria de aquellos dos sanluqueños de la familia González que tanto empeño pusieron por engrandecer a su ciudad de acogida. Uno de estos monumentos, obra del escultor valenciano Manuel Boix Álvarez, erigido en 1997, es el testimonio del homenaje que los jerezanos rindieron junto a la Catedral y en las inmediaciones de la bodega que fundó, a Manuel María González Ángel.
El otro, inaugurado en 1931, ya iniciada la II República, es un busto  en bronce con la figura de Julio González Hontoria, ubicado en el parque que lleva su nombre, obra de otro artista levantino, Ramón Chaveli Carreres, que perpetua la memoria de quien fuera un excelente y respetado alcalde de la ciudad de la que fue hijo adoptivo por acuerdo de su Ayuntamiento.
El próximo año celebramos en Sanlúcar el 175 aniversario de las carreras de caballos. Con tal motivo, he tenido la oportunidad de escribir un libro conmemorativo de la efeméride con cuyo encargo me ha honrado la Real Sociedad de Carreras de Caballos a través de su presidente, Rafael Hidalgo y su director-gerente, Hermenegildo Mergelina.
La escritura de este libro nos ha permitido desentrañar algunos aspectos poco conocidos de las tradicionales competiciones ecuestres de la playa. Así, aunque sabíamos que un tal Pedro Carrere era uno de los socios fundadores de la Sociedad de Carreras de Caballos de Sanlúcar de Barrameda, constituída en el otoño de 1845, conocíamos muy poco de la personalidad y del gran protagonismo que desempeñó este personaje en la organización de las primeras carreras celebradas en la playa el domingo 31 de agosto de aquel mismo año.
Hoy sabemos que Pedro Carrere y Doumeste fue el auténtico creador de nuestras competiciones ecuestres, a quien debemos el feliz pensamiento  de organizar las primeras carreras públicas sanluqueñas según hemos comprobado por documentos y por la prensa de la época. Y también sabemos que Carrere y Doumeste, buen conocedor de las carreras de caballos a las que era gran aficionado y que frecuentaba en sus viajes a Inglaterra y Francia, era un importante comerciante jerezano de ascendencia francesa, establecido en Sanlúcar junto a su esposa, la también jerezana Rosario Lembeye, pariente de los Domecq Lembeye, fundadores de las bodegas Pedro Domecq. 
Pedro Carrere, preocupado por el desarrollo social y económico del Marco de Jerez, fue la primera persona que solicitó realizar los estudios para el establecimiento de un ferrocarril de Jerez a Sanlúcar en 1860, una fecha bien temprana dentro de la historia de los ferrocarriles españoles. Por una real orden fechada el 4 de octubre de aquel año se autorizó el estudio del proyecto ferroviario de Carrere que, sin embargo,  no llegaría a hacerse realidad hasta el verano de 1877 cuando quedó inaugurada la línea férrea Bonanza-Sanlúcar-Jerez tras la aprobación por el Ministerio de Fomento de un nuevo estudio presentado en esta ocasión por un grupo inversor encabezado por el sanluqueño Eduardo Hidalgo Verjano.
Un hijo de Pedro Carrere, Pedro Tomás Carrere y Lembeye, nacido en  Sanlúcar en 1847 y con gran predicamento en la vecina Jerez, fue abogado, coleccionista muy entendido en arte japonés y académico de la  de Bellas Artes de San Fernando. Poseedor de la condecoración de la Orden de Carlos III y Gentilhombre de Cámara del rey, Pedro Tomás Carrere ejerció durante muchos años como ministro plenipotenciario de Alfonso XIII en Nicaragua, Guatemala y México, donde falleció el 6 de octubre de 1913. Sin duda, todo un personaje.
Si el origen de las carreras de caballos de Sanlúcar debe mucho a un jerezano, su desarrollo a lo largo del tiempo, y hasta su supervivencia en momentos de complicaciones, que los hubo, están íntimamente ligados a las cuadras  y a los grandes aficionados de Jerez que desde la fundación del Jockey Club y de la Sociedad de Carreras de Caballos Montados por Caballeros pusieron sus ejemplares a disposición de las reuniones hípicas de Sanlúcar.
Las cuadras jerezanas del marqués de Torresoto, de Manuel de Isasi, de Davies, de Guillermo Garvey, de Villamarta, de Blázquez, de Díez, de Misa, de Pedro Guerrero o de Domecq, junto a las instituciones hípicas de caráter militar y cuarteles del Arma de Caballería establecidos en Jerez, conformaron durante muchos años el grueso de los programas de carreras de Sanlúcar. Unas participaciones a las que se unían los premios patrocinados por los mismos propietarios de caballos, como el clásico premio La Copa, más tarde llamado Torresoto, mantenido en las reuniones de Sanlúcar durante más de una centuria y que en sus primeros años, a finales del XIX, era entregado al jinete ganador por doña Nicolasa Gordon, esposa de don Pedro Nolasco, a los acordes de la marcha Cádiz interpretada por la Banda Municipal de Música de Sanlúcar.
Pero no solo contribuyeron aquellos jerezanos tan aficionados a la hípica al mantenimiento de las carreras en la playa sino que, además, al establecer en Sanlúcar sus residencias de verano fueron directos partícipes del embellecimiento urbanístico de la ciudad con unas edificaciones que hoy son emblemáticas de la etapa dorada del veraneo sanluqueño, una etapa cuya mejor memoria gráfica nos fue legada por el gran fotógrafo Antonio Palomo González, también jerezano, quien desempeñó su vida laboral como jefe de oficina en la sanluqueña bodega Vinícola Hidalgo y cuya artística obra fotográfica conserva celosamente aquí en Jerez su sobrino-nieto Francisco Lozano Romero.
En 1912, el IX marqués de Villamarta, Álvaro Dávila y Ágreda, levanta su hotel de verano en Sanlúcar, un brillante ejemplo del mejor regionalismo sevillano que fuera proyectado por Aníbal González, el gran arquitecto de la Exposición Iberoamericana de 1929. El edificio, hoy destinado a instituto de enseñanza secundaria,  es una de las construcciones más destacadas dentro del conjunto de villas levantadas en el primer cuarto del siglo pasado en la que, por entonces, era primera línea de playa.
Unos años antes, en 1897, Guillermo Garvey y Capdepón construye en la plaza de la Reina Mercedes un edificio modernista, que aún pervive en un magnífico estado de conservación. Este edificio sería destinado a sucursal sanluqueña del prestigioso Hotel Los Cisnes de Jerez. Desde su inauguración, el hotel, dirigido por Blas Gil López, también regente del establecimiento jerezano, del que llegaría a ser propietario al igual que del de Sanlúcar, contó con una gran fama, siendo el lugar de acogida de “las más distinguidas familias que pasaban en Sanlúcar la temporada de verano”, según decían las crónicas de la época.
Aledaño a la misma plaza de la Reina Mercedes, que pasaría a llamarse Plaza de Los Cisnes adoptando el nombre del hotel, los hermanos Guillermo y Patricio Garvey y Capdepón establecieron su residencia de verano en un edificio enfrentado al paseo de la Calzada que quedó finalizado en 1902 y que hoy conocemos muy bien los sanluqueños por haber sido antigua comandancia de Marina. 
Otro Garvey, Patricio Garvey y González de la Mota, fue propietario del primero de los hoteles construidos en la playa, el llamado Villa Rosa, también obra de Aníbal González, cuyas líneas  del más clásico estilo Old English perviven en el ángulo determinado por la Avenida del Cerro Falón en su confluencia con la Avenida de Bajo de Guía.  

Tras estas notas urbanísticas, permítanme que continúe unos minutos más con el tema de las carreras de caballos y con mi particular homenaje a otros jerezanos que llegaron a considerar como propia la manifestación deportiva y social más trascendente de Sanlúcar.
Entre las contadas cuadras que por la década de los sesenta del pasado siglo acuden a las carreras sanluqueñas es la cuadra de Guerrero Hermanos la que siempre llega al hipódromo de Bajo de Guía con un mayor número de caballos que las demás. Esta circunstancia se reflejaba de forma chocante  en el acto de entrega de los premios en los que, lógicamente, esta cuadra jerezana cosechaba un abundante número de trofeos. En las reuniones de 1965 los caballos de Guerrero Hermanos criados en La Mariscala fueron ganadores de casi la mitad de los  premios que se corrieron en la playa, además de clasificar en segundos y en terceros puestos a un buen número  de sus ejemplares, circunstancia que se repetía por aquellos años en los que la entrega de premios se convertía en una fiesta a la mayor gloria de Manuel y Ramón Guerrero González.
El cronista jerezano Sebastián Rodríguez de Molina, al que muchos recordareis por su seudónimo Rodrigo de Molina, relataba una graciosa anécdota referida a Pedro Guerrero Castro, tío abuelo de Manuel y Ramón Guerrero. Recordaba Rodrígo de Molina que aquel ganadero se tomaba al día dos copas de vino oloroso: una antes de la comida y otra momentos antes de cenar, siguiendo una norma que Pedro Guerrero había establecido en su juventud y que por nada del mundo, según manifestaba de forma repetida a quienes le incitaban sin éxito a beber entre comidas, estaba dispuesto a cambiar. “Hasta que un día en  Sanlúcar -contaba el recordado cronista de Jerez- con tres caballos de su propiedad ganó cuatro carreras y don Pedro se tomó muchas más de aquellas dos copitas”. Uno de los caballos ganadores, de nombre Charlot, comprado como penco y preparado a conciencia por Pedro Guerrero, y que ya había ganado carreras en Sevilla y en Cádiz, hizo doblete en aquella memorable jornada sanluqueña del 19 de agosto de 1922 en que salió vencedor de los premios Real y Sevilla, proporcionándole a su dueño la alegría de unas copas de oloroso de más  por primera vez en su vida, al parecer, y sin que sirviera de precedente.
Gran benefactor de las carreras de Sanlúcar fue también Manuel Delgado Hernández, otro jerezano enamorado del caballo en todas sus facetas a quien le sería reconocida su destacada y extensa trayectoria personal y profesional en el ámbito caballar con el prestigioso trofeo Caballo de Oro con el que fue premiado en 2002. Tanto los hermanos Guerrero, como Delgado, siempre estuvieron prestos a poner sus cuadras a total disposición de los organizadores de las carreras de Sanlúcar cuando la ausencia de caballos amenazaba con impedir el banderazo de salida.
Se cuenta que Cayetano Bustillo, presidente a la sazón del Comité Organizador de las carreras de Sanlúcar, recurrió en una ocasión a Manuel Delgado como salvador in extremis en una situación de gravísima crisis por falta de caballos, hasta tal punto que hacía peligrar el programa de aquel año.
Con el firme propósito de solucionar el problema, el bueno de Manolo Delgado partió de inmediato para Madrid en compañía de su hija María, excelente amazona y experta conductora de enganches quien también mostró siempre un gran aprecio por las carreras sanluqueñas. Una vez en la capital, Delgado recibió en el hotel donde se hospedaba una llamada telefónica de Sanlúcar en la que su amigo Cayetano Bustillo, muy abatido, le manifestó que se había tomado la decisión histórica de suspender las reuniones de aquel verano. “Tranquilo, Cayetano -le manifestó Delgado a su compungido interlocutor-; he estado en el Hipódromo de la Zarzuela  donde acabo de adquirir dos camiones de caballos”.
Con la llegada de los caballos a Sanlúcar al día siguiente, se evitó aquel año la suspensión del tradicional programa de carreras.
Y vamos a dejar las carreras aunque no sin antes hacer una referencia, de pasada, a los palcos del hipódromo de Sanlúcar, donde ha residido, posiblente, el secreto de la longevidad de nuestras reuniones hípicas. Durante muchos años, los palcos de Bajo de Guía fueron el mejor escaparate vinatero del Marco de Jerez, el lugar donde sus titulares, los grandes bodegueros de la zona, ofrecían a sus invitados los más excelentes olorosos y amontillados y unos extraordinarios pedros ximénez, incluidas las más excepcionales reservas no comercializadas.
Sudores provoca recordar a aquellos caballeros tocados con canotier y ataviados con levita o chaqueta, y con sus cuellos constreñidos por corbata o plastrón, disfrutando de aquellos vinos de respetable graduación a las cuatro de la tarde, hora del inicio de las carreras por entonces, bajo el implacable sol de agosto. Menos mal que la tradición de las meriendas en los palcos fue retrasándose hasta el anochecer y aquellos vinos dieron paso a la más llevadera y refrescante manzanilla. Y ni que decir tiene que fueron las marcas más reconocidas de vinos jerezanos y de manzanilla las que sustentaron y dieron nombre a los premios de los programas de carreras durante muchos años.
Y vayamos a otra cosa.
En 1807 el científico ilustrado Simón de Rojas Clemente publica su obra Variedades de la vid común que vegetan en Andalucía, un libro que fue consecuencia de la relación de Rojas con el agrónomo y botánico Esteban Boutelou y con Francisco Terán, quienes por entonces se ocupaban del  Jardín Botánico de la Paz establecido en Sanlúcar por mandato de Manuel Godoy. El propio Boutelou, también en 1807, daría a la imprenta su Memoria sobre el cultivo de la Vid en Sanlúcar de Barrameda y Xerez de la Frontera. Ambas publicaciones, la de Rojas Clemente y la de Boutelou, son trabajos pioneros en el estudio de la ampelografía y la moderna viticultura al aportar la sistemática de la botánica al estudio de las variedades de vid. Ya con anterioridad, en 1801, había aparecido publicado en el Semanario de Agricultura y Arte dirigido a los párrocos el trabajo de Agustín Fernández titulado  Cultivo de las viñas y modo de hacer vino en Sanlúcar de Barrameda.
Esta histórica inclinación ilustrada del Marco de Jerez que podríamos elevar, por fijar un límite, hasta los tiempos de Columela que en su De re rustica resumió los modos de nuestra vitivinicultura romana, se ha mantenido muy viva, para fortuna nuestra, hasta nuestros días. Valgan como ejemplos recientes desde el lado sanluqueño las aportaciones académicas sobre la crianza y envejecimiento de los vinos de Jerez, del profesor Luis Pérez Rodríguez, y los trabajos de Ana Gómez Díaz Franzón, entre ellos, su interesantísima investigación sobre la imagen publicitaria del Marco de Jerez. 

Y aquí nos toca recordar a una de las figuras que más han gozado del cariño y del respeto de todo el Marco: Manuel Barbadillo Rodríguez. 

De Barbadillo, bodeguero y prolífico poeta y escritor, uno de los gestores que consiguieron elevar a este consejo regulador a su estado legal en 1935 para constituirlo en el primero de los establecidos en España,  hemos de citar sus libros La Manzanilla: El vino de la Alegría y Alrededor del vino de Jerez, dos de las aportaciones enoliterarias de don Manuel que pasaron a engrosar la bibliografía fundamental sobre nuestros vinos junto a las obras de Julián Pemartín, Alberto García de Luján, Justo Casas Lucas, Beltrán Domeq y Williams, Julian Jeffs o Manuel María González-Gordon, otro empresario ilustrado, autor del legendario libro Jerez-Xeres-Sherry,  considerado como la Biblia del Jerez. 


A Manuel Barbadillo lo conocí personalmente en 1971, con motivo de un artículo de mi autoría publicado en ABC en fechas coincidentes con la celebración de la Feria de Abril de Sevilla de aquel año. Don Manuel me recibió en su despacho de la Casa de la Cilla y alabó, honrándome con su agradecimiento, aquel suelto titulado “Un vino en la Feria: la Manzanilla”, un escrito repleto de añoranzas de una época pasada en la que el vino de Sanlúcar reinaba en la magna expresión festiva de la capital hispalense y que, por aquellos años, estaba prácticamente desplazado del Real del Prado de San Sebastián. Con posterioridad, fueron muchas las clases magistrales que recibí de aquel gran hombre que Jesús Barquín incluyera entre “los sabios del Jerez”.
Manuel Barbadillo publicó una obra dedicada a esta ciudad titulada Jerez de la Frontera en el año 1980, un libro  que su autor definió como “una especie de abanico informativo donde aparecen recogidas, imparcialmente, opiniones de todos los estratos jerezanos, desde el señor de los caballos enjaezados, al ganapán humilde que se defiende yendo a su tajo habitual montado en una bicicleta o a horcajadas sobre un borriquillo de mala muerte”.
En aquel voluminoso libro de casi seiscientas páginas, se suceden las entrevistas que Barbadillo realizó a conocidos y populares personajes, a profesionales liberales y a representantes de las diferentes instituciones culturales y deportivas de Jerez, a religiosos, a cantaores y guitarristas, a jóvenes estudiantes e incluso a desconocidos jubilados y jornaleros.
En total, cerca de doscientas impresiones personales que en conjunto llegan a conformar una nítida fotografía social y económica de la ciudad de Jerez de hace cuarenta años. Por cierto, este libro lo dedica su autor a Lola Flores a la que “por motivos de ausencias repetidas -se lee en la página de dedicatoria- no hemos podido entrevistar”, e incluye el poema Lola  que el escritor y bodeguero sanluqueño ofrece a la inmortal artista jerezana.
Manuel Barbadillo también recaba información para su libro a sanluqueños totalmente integrados en la sociedad jerezana donde por entonces desarrollaban sus ocupaciones. Entre ellos, el doctor José Luis Ruiz-Badanelli Gómez, prestigioso médico del aparato digestivo, conferenciante en la Cátedra del Vino de esta Casa en 1982 donde impartió su décimosexta lección que tituló El respeto al vino, todo un razonado alegato en defensa del consumo moderado de alcohol, anticipo de El vino solo se disfruta con moderación, el lema de Wine in Moderation.com que ha hecho propio el  sector vitivinícola internacional.
También encontramos entre estos “Sanluqueños en Jerez” entrevistados por Manuel Barbadillo, al hostelero y propietario de la Venta de los Naranjos, Antonio Garcia Archidona, quien acercó a esta ciudad un trocito de Bajo de Guía para ofrecer lo mejor de la cocina marinera sanluqueña; al jurista,  poeta y gastrónomo Benito Pérez Rodríguez, de familia bodeguera sanluqueña de raigambre, autor de impagables loas al langostino, quien decía que lo mejor de Jerez era que estaba muy cerquita de Sanlúcar; al artista fotógrafo Manuel Pielfort Romero; al ingeniero agrónomo Isidro García del Barrio Ambrosy, gran estudioso de los suelos del Marco, autor de un libro imprescindible: La Tierra del Vino de Jerez; o al sacerdote e historiador José Luis Repetto Betes, abad de la antigua Colegial y posterior deán de la que alcanzó la dignidad de Catedral una vez erigida la Diócesis de Asidonia-Jerez, autor de casi medio centenar de obras, con especial dedicación a la hagiografía, a San Juan Grande, a las cofradías locales, a la Iglesia local y a temas netamente de Jerez cuyo Ayuntamiento le distinguió con el título de Hijo Adoptivo en 2010.
Un sanluqueño de los de entre Jerez y Sanlúcar que se echa en falta en el libro de Barbadillo es Antonio León Manjón, Toto León, abogado, agricultor y excelente poeta costumbrista, cantor de los paisajes del Marco que tuvo con Jerez el compromiso adquirido por su padre, quien fundara la hermandad jerezana del Rocío en 1932 y cuyo primer pregón pronuncia en 1955 en la bodega de La Concha. El “gatopardo andaluz”, como  definiera Antonio Burgos a Toto León en uno de sus recuadros de ABC, volvería a repetir el pregón rociero de la hermandad de Jerez en 1980 y en 2005, veinticinco y cincuenta años, respectivamente, después de pronunciar el primero de ellos.
“Muchos temas (populares, artísticos, económicos, empresariales, deportivos, taurinos, flamencólogos), se tratan y se abordan en este libro que tenemos delante, muchos, o muchísimos temas”, escribe Manuel Barbadillo en las primeras páginas de aquella obra de 1980. Y continúa: “Pero ninguno como este de tener noticias amplias, exactas y en el fondo estimulantes, alusivas al negocio fundalmental del Jerez”.
Y, naturalmente, en aquel libro no podían faltar amplias referencias a nuestros vinos y nuestras viñas, así como datos estadísticos del Marco referidos a aquellos años, una información que don Manuel agradece en unas líneas a quien por entonces era presidente de esta Casa: Antonio Barbadillo García de Velasco.
 Antonio Barbadillo, doctor ingeniero agrónomo con brillante historial profesional como director de grandes empresas agrarias y promotor de cooperativas en la provincia, fue un sanluqueño de visión tan amplia como su estatura física y su dimensión humana.
El acceso de Barbadillo García de Velasco a la presidencia del Consejo Regulador, en 1968, se produce pocos meses después de que el juez Cross de la Alta Corte de Justicia Británica dictara sentencia favorable a nuestros intereses en el famoso “pleito del Sherry”. Este resultado llevaría a Antonio Barbadillo a hacer una de sus prioridades durante sus muchos años al frente del Consejo el lograr la materialización de los efectos de aquel famoso proceso de la forma más satisfactoria para el sector, llevando a cabo una gran actividad en los foros internacionales. Precisamente, pocas fechas antes de su repentino fallecimiento el día de Reyes de 1991 que dió lugar a una de las mayores manifestaciones de duelo conocidas en el Marco, Antonio Barbadillo, junto a Juan Luis Bretón, habían presentado en Londres una importante campaña publicitaria para defender por enésima vez el origen español, andaluz y jerezano de nuestros vinos frente a la desleal competencia que seguían soportando en el contexto británico.
Y vamos a concluir, porque va siendo hora, con otra personalidad  sanluqueña cuyo compromiso y lealtad con el Marco de Jerez, y muy especialmente con la manzanilla, le fue transmitido por su padre don Tomás Pascual Rodríguez quien por unos años fuera profesor de Ciencias de imborrable huella en quienes tuvieron la fortuna de ser sus discípulos en el Instituto de Enseñanza Media y Profesional Juan Sebastián Elcano de Sanlúcar, el desaparecido Instituto Laboral. 



Saben que me refiero a Jorge Pascual Hernández, cuyo acceso a la presidencia de este Consejo Regulador, por absoluto consenso de su Pleno, tuvo lugar en 2003. Jorge, ingeniero químico, se relacionaría con mayor intensidad con los vinos del Marco en Sandeman donde llega a ocupar el puesto de director general de su centro en Jerez, cargo que  complementaría con la presidencia de la Comisión Económica de Fedejerez y el puesto de vocal del Consejo Regulador. 

Con Jorge Pascual llegaría al Consejo Regulador de los Vinos de Jerez un necesario aire de renovación, una búsqueda de nuevos derroteros y propuestas para la aplicación de nuevas estrategias que pudiesen garantizar el relanzamiento con futuro para un  Jerez en crisis. En sus siete años al frente de esta institución, se consolida Vinoble, el Salón Internacional de los Vinos Nobles; se instituye junto a Fedejerez el certamen gastronómico bianual Copa Jerez, también de carácter internacional, y se impulsa el proyecto de las Rutas del Vino y del Brandy de Jerez, hoy líder entre las Rutas del Vino de España, con sus casi 600.000 visitantes. 

Con Jorge Pascual se incide con mayor vigor en explicar la fabulosa envoltura cultural que sustenta el mundo del Jerez: su historia, sus costumbres, los oficios, las viñas, las variedades, los procesos de envejecimiento... en suma, el mejor conocimiento del vino más civilizado del mundo. Y se profundiza en el reconocimiento de la gran versatilidad de nuestros vinos para ser sentados a la mesa, haciéndoles intimar con la gastronomía ya sea tradicional o de vanguardia.
De regreso a sus orígenes manzanilleros -Sanlúcar y manzanilla son para él palabras sinónimas-, Jorge Pascual pasa a dirigir Delgado Zuleta para seguir desempeñando con mayor convencimiento, si posible fuera, el papel de paladín del vino de sus amores. Nadie como él para hacernos conocer los vinos sanluqueños en la cata que dirigirá a continuación.

Y nada más. Aquí doy por concluidas unas consideraciones personales que no pasan de ser meras pinceladas en un cuadro de enormes dimensiones o unas pocas y diminutas teselas en ese monumental mosaico conformado por la magnífica historia que jerezanos y sanluqueños, sanluqueños y jerezanos, llevamos muchos siglos compartiendo.
Muchas gracias.